La alquería de Solache, Valencia


La alquería de Solache es una edificación del siglo XVIII que se encuentra en el barrio de Benicalap, junto al camino de Moncada, e integrada en un parque junto a la alquería de Carena y al lado del campo de fútbol del Torrefiel. Se trata de un conjunto de edificaciones alrededor de un pequeño patio, con una morera junto a la puerta, que se ha conservado en muy buenas condiciones hasta que en 2008 la propietaria de la finca entregó las llaves de la misma a la promotora que desarrolló el PAI del Camino de Moncada. Los vecinos solicitaron al Ayuntamiento de Valencia que conserve en la edificación protegida del siglo XVIII el criadero de gusanos de seda y el secadero de hojas de tabaco, según han afirmado horas antes de que la propietaria de la finca entregue las llaves a la promotora que desarrollará el PAI del Camino de Moncada, característicos de la misma.


Fachada lateral

La Junta de Gobierno del Ayuntamiento de Valencia aprobó en 2010 la contratación de las obras de rehabilitación de la alquería para convertirla en centro sociocultural de promoción de la salud de adolescentes, con un presupuesto de 450.000 euros, procedentes del denominado Plan Confianza, de la Generalitat, y un plazo de ejecución de cinco meses. Actualmente es la sede del Centro de Promoción de la Salud del Adolescente mediante una serie de actividades como charlas, talleres, programas de sensibilización, juegos, concursos, campañas etc. Las estrategias fundamentales en las que se apoya esta planificación son, entre otras, la participación, la implicación y el compromiso de los y las jóvenes con su propia salud.

Patio interior

Lechos para la cría del gusano de seda

Las alquerías de la huerta tenían en el último piso desvanes o andanas con estructuras de madera y cañas donde criaban los gusanos, cuyos capullos de seda o la seda hilada eran vendidos para su comercialización. En muchas alquerías de la huerta valenciana aún podemos encontrar estas andanas, pervivencias del trabajo de la crianza del gusano de seda. Esta cambra era el espacio idóneo para esta actividad, ya que al estar en la parte alta de la alquería, aislaba a los gusanos de seda de la humedad y del frío de la tierra. Todavía hoy es reconocible exteriormente por las ventanas de la parte superior de la fachada, que conserva un reloj de sol, las cuales son de pequeño tamaño y están situadas casi a ras del alero del tejado, ya que servían para ventilar la cámara y eliminar a su vez las bolsas de aire cálido que se acumulaban durante el verano. Los gusanos se colocaban sobre un lecho de grandes cantidades de hojas de morera para su alimentación, dispuestas en tablas de madera formando estanterías que sustentaban diferentes niveles de cañizos sobre los que las orugas vivían durante las primeras semanas, hasta que comenzaban a elaborar el capullo donde se encerraban para transformarse en una crisálida.

Reloj de sol en la fachada

Las mujeres y los niños jugaban un papel importante en la fase inicial del proceso de producción sedera: la cría de gusanos, cocción de los capullos, extracción del hilo y devanado, es decir, la obtención de la fibra, la materia prima (la seda) para elaborar los tejidos de seda en los telares. Era un trabajo doméstico, que se hacía en las andanas de las casas. Los gusanos crecían en el lecho de hojas de moreras hasta encapsularse en un capullo de seda confeccionado con un resistente hilo que podía medir más de un kilómetro de longitud. Pero antes de romper el capullo, los artesanos lo hervían en una olla con agua para obtener intacta la fibra, ya que si lograba salir de su encierro, la validez de la seda se perdía. De esta forma, se aflojaba el hilo continuo y se iba llevando a un torno manual, en el que acaba convirtiéndose en madejas.

La epidemia de pebrina de 1854, que afectó profundamente a la sericicultura mediterránea, propició la caída de la rentabilidad de la crianza del gusano de seda. Esta enfermedad provocaba que los gusanos murieran antes de que llegaran a concluir su ciclo vegetativo y que, por tanto, las cosechas de seda se perdieran año tras año.

Así pues, la sericicultura acabó desapareciendo casi por completo en tan solo unas décadas, coincidiendo con la decadencia de la industria sedera valenciana. Por ello, durante la segunda mitad del siglo XIX, se sustituyó el cultivo de la morera por el del naranjo, más rentable, dando lugar al paisaje agrícola valenciano que ha llegado hasta la actualidad. Al desaparecer la cría del gusano de seda, la andana de las alquerías quedó sin ninguna función ni uso determinado; en ocasiones sirvió de almacén de herramientas o se transformó en un espacio habitable.

Fuentes:
Fotografías originales del autor

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