El banco de los Magistrados de la Junta de Murs i Valls


Frente a los viejos edificios de lo que es hoy el colegio 9 de Octubre (antiguamente los edificios albergaban la Cárcel de Mujeres) en el Paseo de la Pechina, en el margen derecho del antiguo cauce del Turia y entre los puentes 9 de Octubre y Campanar, se encuentra un curioso banco de piedra junto al pretil del río que puede pasar desapercibido. Frente al banco, el pretil del río forma una especie de balcón o mirador sobre el cauce del Turia.

Dicho banco, hoy en día restaurado por la Concejalía de Cultura, hace honor a una de las instituciones más importantes que residieron en el antiguo Reino de Valencia: la Junta de Murs i Valls. Los trabajos de restauración, han incluido la limpieza en profundidad, el estucado de grietas, fisuras y faltantes con el uso de mortero pétreo y la aplicación de una pátina de protección, así como el desplazamiento de la parte del banco que estaba separada por lo que han quedado unidas todas las piezas de este simbólico banco.

Este banco, según la tradición, servía de asiento a los magistrados de la prestigiosa “Junta de Murs i Valls” para que pudieran registrar el paso de la madera que desde el Alto Turia hacían descender los madereros (también conocidos en nuestra tierra como ganxers) por el río para ir a parar al embarcadero cercano a la Puerta de los Serranos.

Aspecto "almohadillado" del respaldo

"Pechina" en el extremo del respaldo

La “Junta de murs i Valls” ( Junta de Muros y Fosos) era una institución valenciana encargada de la realización de obras públicas, reparación de las murallas, los fosos, las márgenes del río, así como el cobro de determinados impuestos. Sus precedentes se remontan al reinado de Jaume I, que cedió en 1269, por real privilegio, los fosos y murallas musulmanas a los cristianos de la ciudad de Valencia.

Ya en tiempos de Pedro el Ceremonioso (1336-1387), Valencia decidió liberarse del antiguo recinto amurallado islámico iniciando la construcción de uno nuevo, dando comienzo las obras en 1356 debido al rápido crecimiento demográfico de la ciudad (tanto intramuros como extramuros) y por las constantes revueltas de la Unión y las amenazas bélicas de Pedro el Cruel de Castilla. A pesar de esto último, Valencia fue asolada un viernes 17 de agosto de 1358 por el llamado “golpe de agua”, un suceso recordado en los anales del Cap i Casal donde lluvias e inundaciones hicieron que el Turia arruinara puentes y derribara cerca de 1.000 casas, muriendo unas 400 personas. A raíz de este suceso, Pedro el Ceremonioso creó un ilustre organismo anejo al municipio foral valenciano denominado “Junta de Murs i Valls” por Real Privilegio del 24 de agosto del mismo año del suceso, el 1358.

El órgano contaba con poderes especiales separados del gobierno común aunque no sería hasta el 4 de agosto de 1406 cuando la Junta alcanzaría la madurez institucional mediante Sentencia Arbitral, estando compuesta por entonces desde aquel momento por tres “Obreros” (eclesiástico, militar y real), los seis Jurados, el Racional, el Síndico de la Ciudad y, desde 1602, el Obrero canónigo del Río. El oficio en cuestión tenía una duración anual, que se iniciaba un 7 de marzo y terminaba el 6 de marzo del año siguiente, percibiendo una remuneración acorde según la época.

La importancia de la “Junta de Murs i Valls” en Valencia reside, en gran parte, en numerosos monumentos y el gran legado que todavía pervive. Ejemplos como las Torres de Quart que comenzaron obra en 1444 (costeadas por la Fábrica de Murs y Valls) o las Torres de Serranos, también costeadas éstas últimas por la institución que tras las revueltas de la Unión y de las guerras con Castilla, quiso embellecer la ciudad.

La cárcel de Mujeres al fondo

Pero su función no era meramente la de las obras públicas o monumentos de gran envergadura, ya que está institución tenía otras responsabilidades, como la de mantener, reparar y construir murallas, torres y puertas de la ciudad; la responsabilidad de los canales por donde circulaban las aguas fecales y restos de basuras de todo tipo, aprovechando las aguas de las distintas acequias que recorren la huerta; la construcción y mantenimiento de los caminos y puentes que se encontraban dentro del término municipal del Cap i Casal; o incluso el cobro de determinados impuestos o controlar el destino de los fondos recaudados.

Pero es que incluso la Junta se ocupaba también de:
  • Participación, junto a otras instituciones, en organizaciones de corridas de toros, torneos y juegos de cañas del Mercado y de la antigua plaza de Predicadores.
  • Aderezamiento urbano y colocación de luminarias nocturnas en fiestas extraordinarias (celebraciones de centenarios, canonizaciones, victorias bélicas, visitas de reyes, nupcias, etc.) y ordinarias, es decir, aquellas como las de San Vicente Mártir, San Vicente Ferrer, San Luis Bertrán, etcétera.
  • Organización de duelos o lutos con motivo del fallecimiento de monarcas o miembros de la familia real.
De aquel Ilustre órgano nos quedan numerosos monumentos y recuerdos, como el conocido «Navío» o el banco de piedra que hemos visitado y que, curiosamente, dispone a ambos lados de una pechina (concha de almeja), además de encontrarse en su parte posterior una fecha: 1756.


El banco, antes y después de su restauración


Una maderada es un modo de transporte fluvial para la conducción de troncos de madera a los lugares que precisaran ese material. Los troncos procedían de las talas de bosques y pinares y eran transportados por flotación, conducidos por cuadrillas de gancheros o 'ganxers' en valenciano. El nombre alude a la principal herramienta de estos intrépidos hombres; el gancho era una pértiga de madera de hasta tres metros de largo y de distinto grosor en sus extremos. En uno de los cantos de la citada barra se incorporaba un gancho -simple o doble- y una punta de hierro con la que los 'ganxers' cogían u orientaban los troncos que amenazaban con dispersarse. Ademuz, Cofrentes o Chelva cuentan en su padrón con nietos de 'ganxers' cuya pericia proporcionó grandes cantidades de madera tanto para la construcción como para la realización de muebles, barcos, carros, herramientas, puentes, retablos y cajas de órganos allá donde fuera necesaria, caso de Valencia, sin ir más lejos. Enorme tradición dispuso esta tarea en la comarca de Los Serranos, de donde eran originarios los gancheros encargados de transportar la madera desde Teruel hasta la capital valenciana a través del río Turia.

La flota que conformaban estos madereros era una especie de ejército marino que dividía las embarcaciones construidas con el núcleo de los troncos que transportaban en tres secciones; vanguardia, centro y retaguardia. Lideraba esta comitiva fluvial el gran ganchero, máximo responsable de los hasta cincuenta mil troncos que podían transportarse, cuyo recorrido estaba supeditado a lo que permitía la corriente y a la dificultad de los escollos que debían salvarse.

Hoy puede parecer increíble que grandes cantidades de madera llegaran flotando a sus destinos, especialmente a Valencia. Aunque el río Turia no pueda considerarse como navegable, sí permitía el transporte de madera arrastrada por la corriente natural en períodos concretos, ayudada por la corriente artificial creada mediante la confección de represas, azudes y otros mecanismos.

De hecho, el transporte fluvial de aquella madera de los bosques de Castilla, se presentaba como el medio logístico más adecuado. El río era el atajo ideal para evitar los bosques escarpados y las tierras farragosas de aquel enclave donde los carruajes apenas podían circular si llevaban cargas notables. La llegada a Valencia de aquella impresionante flota generaba un espectáculo de gran atracción tanto para las autoridades como para la muchedumbre. Apenas hace un siglo muchos vecinos de Valencia se reunían en el Puente Nuevo, a la altura del actual Puente de San José, para contemplar el arribo de los gancheros.

Este modo de vida siguió vigente hasta mediados del siglo XX, cuando una concatenación de circunstancias insalvables para los 'ganxers' provocó su desaparición. La anterior llegada del ferrocarril ya hizo mella, pero la Guerra Civil, el desarrollo del camión y la construcción de embalses escribieron el epitafio de esta sorprendente profesión tanto en tierras valencianas como en el resto del territorio nacional.

Fuentes:
Fotografías originales del autor

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